Los idiomas y el alma
Mis alumnos, a quienes, entre otras personas, va dirigido este blog, saben cuán insistentemente les pido que aprendan varios idiomas, o al menos que se familiaricen con ellos en ese nivel que el DRAE (acabo de consultarlo) denomina "poliglotía". Pero, en el ambiente académico en que hago esa defensa de dicha capacidad, mi argumentación resulta todavía demasiado cerrada, pragmática en un sentido limitado, pues hay otros modos mas ambiciosos de ser pragmático. Ellos me han oído decir que hay que acudir, con un respeto reverencial, a las fuentes, y ello sin excepción. Un ejemplo: dos de los contemporáneos que más saben de Jung, James Hillman, recientemente fallecido, y Sonu Shamdasani, el editor del Libro Rojo del suizo, reconocían en una de las conversaciones sobre el mismo recientemente publicadas que, aun estando certificada por el autor la edición inglesa de sus obras completas, leerlas en traducción NO es leer a Jung. Claro que si no se posee un conocimiento profundo del idioma en cuestión el remedio puede ser peor que la enfermedad, de modo que eso obliga a intentar "apoderarse" del idioma. o tal vez a poner los medios para dejarse poseer por él.
Este trabajo ya posee valor suficiente de por sí. Es un ejercicio, si se busca un símil mecánico, o una disciplina de alquimista, por seguir en el ámbito de lo junguiano. Si no es un "hacer alma", como diría Hillman, al menos es un quehacer para el alma. (En este momento me pregunto, pues hablo de las palabras, y con ellas, si no debería explicar de qué manera empleo el vocablo "alma", "palabra gastada" según Manuel Machado, en un poema que conozco gracias a uno de mis maestros, Pedro Laín. Pero propongo que lo dejemos para otro día. Supongo que se comprende que no me refiero, ni de lejos, al "alma" de los catecismos de cualquier procedencia).
"Escucho con los ojos a los muertos", escribió Quevedo sobre la lectura. Y a los muertos se les debe escuchar en su propia lengua. Yo mismo, esclavo del tiempo y de mi tiempo, manejo traducciones; pero en cuanto atisbo algo esencial acudo a las palabras de los muertos, no de sus bienintencionados médiums. Tampoco el niño lo entiende todo cuando su abuela le relata sus primeros cuentos, pero algo queda que, luego, ha de buscarse hasta ser comprendido. Esto bastaría para justificar mi alegato, pero aún hay más.
Con el paso de los años he ido dándome cuenta de que uno de los motivos, y no el menor, del retraso del pensamiento en nuestro país -haberlo, haylo- es que, salvo en contadísimas excepciones, la obra de un autor no es conocida hasta que se dispone de traducciones que, exceptuando el caso de los best sellers, suelen ser muy tardías. Que una minoría pueda tener acceso a esa obra y la "digiera" en un entorno igualmente minoritario, como es el académico, no es una solución. En otros tiempos, nada remotos por otra parte, podría haberse alegado en descargo de los lectores potencialmente interesados la dificultad de tener acceso a la información correspondiente e incluso al libro como objeto físico; pero esa coartada no se sostiene, o se sostiene sólo débilmente en la era de Internet.
Hablo por mí, y de mí. ¡Cuánto lamento haber descubierto ciertas obras, y a sus autores, con veinte años, o más, de retraso! Y conocerlas teniendo que esperar a que alguien las traduzca no es mejor, es tal vez peor, como una especie de suplicio de Tántalo espiritual. Así que debo (aparentemente) sumarme a la muy extendida, casi universal, demanda de aprendizaje de idiomas extranjeros. Aparentemente, digo, pues no reclamo el inglés "porque es la lengua universal", ni el alemán "porque es la del futuro, visto su poderío económico" (argumento que se esgrime también para el chino), ni dejo a un lado el francés, "que ya no pinta nada en el mundo", ni otras lenguas menos extendidas que no poseo (que no me poseen) y que me encantaría conocer. Mis razones son otras, y no pasan por la reivindicación de su enseñanza en la escuela, que tampoco estaría de más. Pasan más bien por la búsqueda personal de cada uno -es decir, sólo de aquellos que busquen lo que yo estoy buscando-, capaces de hacer de la tarea un fin y un medio a la vez, cuya pretensión no sería lograr un mejor empleo -pretensión lícita, por otra parte-, sino estar en condiciones de dar en cada momento a su alma el alimento que requiere. Aburridos estamos de escuchar, y tal vez de decir, "nada de lo humano me es ajeno"; y sin embargo, ¡cuánto de lo mejor no se nos escapa por no disponer de eso tan humano, tan común y singular, como son los lenguajes!
El que quiera el fin ha de querer también los medios, escribió Nietzsche. Si un libro de tal autor, o sobre tal tema, está ahí y me interesa debo poder leerlo YA; debo dotarme de los medios para escuchar con los ojos a los muertos y a los vivos antes de que a estos últimos los legitime un birrete de gusanos.