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El Juego de Abalorios (II): Severidad

En la entrada anterior expliqué someramente, para aquellos que no conozcan la novela de Hesse, que el "juego de abalorios" por él ideado representa, o mejor, representaría en el mundo que fabula, una suerte de exigente praxis pedagógica en la que se trataría de manejar una enorme cantidad, la totalidad, si ello fuera posible, de conocimientos procedentes de todas las áreas del pensamiento humano. "El juego de abalorios es, por lo tanto -escribe en una de las primeras páginas- un juego con todos los contenidos y valores de nuestra cultura". Esa es la razón por la que lo denominé en aquella primera entrada ars magna combinatoria al modo de Ramón Llull (o Raimundus Lulius, o Raimundo Lulio, como otros pueden conocerlo). Es posible que en algún momento me extienda más sobre este asunto, pero lo que hoy me interesa es poner de relieve algo que me ha llamado la atención y que creo que merece el mayor interés, precisamente desde el punto de vista pedagógico: el uso frecuente, casi diría reiterado, en las primeras páginas de la obra, del los término "severo" y derivados.

De hecho, es en la Introducción donde su presencia resulta notable: como si el autor quisiera hacer un énfasis especial en ese asunto; como si quisiera darnos a entender que, sin ese ingrediente, no hay juego de abalorios posible, pues sólo quedaría espacio para la chapuza: "es casi imposible que entre mil juegos severamente realizados ni siquiera dos resulten parecidos más que superficialmente". Esa imposibilidad de repetición, de identidad, es la garantía de que realmente se ha manejado un enorme volumen de datos y valores culturales; que se ha sido inmensamente serio, incluso severo; con uno mismo, se sobreentiende. Poco más adelante, cuando describe el panorama de decadencia espiritual propio de la que denomina "edad del folletín" (aquella en la que vive mientras escribe su novela; aquella en la que sin duda vivimos todavía), advierte que en ella, supuestamente vista desde el futuro, al menos sobrevivían "individuos y pequeños grupos" resueltos a mantener "disciplina, método y conciencia intelectual". Habla de dos seminarios (entiéndase el término en su sentido no religioso) que "cultivaron un método de labor especialmente limpio y escrupuloso". Disciplina, método escrupuloso...: otros tantos modos de severidad para con uno mismo. Sin salir de la Introducción encontramos explícitamente asociados dos de estos términos: "una disciplina moral de monacal severidad". Y poco más lejos: "aun cuando pueda resultar molesta para la opinión pública la severidad..."; y luego: "la conciencia o la intuición generalizada de la necesidad de esta severa escuela para la subsistencia de la civilización"; "la severa moral del espiritualismo renacido"; en el marco del juego, "después de cada signo conjurado por el ocasional jugador o director del juego, se verificaba una silenciosa y severa consideración de su contenido, su origen..."

Como ya he señalado, me ha llamado la atención la insistencia en el uso de este concepto, que revela, a mi parecer, que posee un valor especial para el escritor, al menos desde la óptica de su propósito: rescatar una vida espiritual -o intelectual, o mejor, ambas cosas- amenazada por la banalidad. Si menciona tan a menudo la severidad es porque la echa en falta en la vida cotidiana, y si la echa en falta es porque la considera un valor. Queda claro que no se trata de una severidad para con los otros, sino que se ejercita en uno mismo; que es, ante todo, disciplina, disciplina de trabajo, método escrupuloso. Pero no es, como el relato va mostrando en su desarrollo, sumisión a normas, obediencia ciega, sino al contrario, una actitud constantemente alerta, reflexiva, hasta el extremo de, en su severidad, cuestionarse a sí misma.

Esto no es más que el principio, pero es que, en mi opinión, tenía que estar al principio, ser el principio. Antes de hablar de cualquier otra cosa es preciso tomar conciencia de que lo que le falta a nuestra época y a muchos de nuestros estudiosos es esta severidad. Ni el "poco más o menos", ni la obediente aceptación asnal de una regla heterónoma que no se alcanza a comprender y de cuyo cumplimiento no se extrae una auténtica fruición intelectual. Pues no se olvide que esta ciencia superior se llama, y por algo, juego.

Por cierto: consultado un diccionario etimológico la etimología de severus resulta estar centrada en la raíz del término: verus, es decir, verdadero. De este modo lo no severo, ¿no sería simplemente falso?

#cómosellegaaserloquesees

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