El Juego de Abalorios (III): lo valioso
¿Qué es lo que encuentro de valioso en El Juego de Abalorios?
La idea.
La convicción de que, ante el perfil del mundo que Herman Hesse contempla y el que puede imaginar para el inmediato futuro si nada cambia en la vida espiritual de Occidente, es imprescindible instaurar... lo que, con contenidos tan diferentes, viene llamándose machaconamente "un nuevo orden mundial"; pero ese orden nuevo, como acabo de indicar, no será político o económico, sino cultural, o por decirlo de forma aún más correcta, espiritual.
Soy consciente de haber empleado dos veces en un corto espacio una misma palabra que, además, no goza de buena fama entre nosotros, pues, como ocurre con ciertas banderas, ha sido egoístamente usurpada por una institución -la iglesia, las iglesias- y por una ideología: la religión/ las religiones de masas (o sea, todas las confesionales). Pero lo espiritual no se deja encasillar entre los muros de una catedral, mezquita, sinagoga, o debajo de una stupa, o en el papel de un sedicente libro sagrado. Sin duda la primera tarea de ese orden nuevo buscado por Hesse -y con los matices que aclararé, por mí mismo- es reivindicar el derecho de uso de palabras como "espíritu" y "alma" más allá, o más acá de la camisa de fuerza religiosa. Vaya por delante uno de mis reparos frente a la novela: en esto su autor cojea, y no poco. Y vaya, también, por delante, un reconocimiento: entiendo que ese nuevo orden mundial tiene muy pocas posibilidades de llegar a ser; pero eso no exime de la responsabilidad de buscarlo.
Hablamos, pues, de lo espiritual en un sentido nada confesional; y el Juego de Abalorios no lo es, o no pretende serlo, en modo alguno. Pero sí es un servicio del espíritu y al espíritu. Jugar con "abalorios" significa construir intrincadas, pero lúcidas redes, con "todos los contenidos y valores de nuestra cultura". Algo, pues, que exige una dilatada y severa preparación, pues nadie puede apropiarse de semejante caudal de conocimientos sin concederse tiempo y sin aportar cuidadosa y exigente dedicación. Se trata, pues, de recuperar algo que está en trance de perderse: el amor por la cultura en todas sus manifestaciones; y también algo que definitivamente parece haberse perdido: la voluntad de dar la espalda al tan valorado especialismo y a cualquier criterio de rentabilidad material y cuantificable. A la pregunta "¿para qué?", que alguien podría formular, que se formula sin duda, la respuesta viene implícita en la denominación de la actividad: "para jugar". Hacen falta tiempo, un tiempo tal vez extraordinariamente largo, y una entrega casi ascética -lo sería del todo si no existiera la fruición del aprendizaje- para poder jugar con "abalorios".
¿No os recuerda nada esta palabra? Abalorios, cuentas de vidrio coloreado, era lo que los ladinos conquistadores de piel blanca trocaban a los aborígenes americanos, africanos y de la llamada Oceanía, por oro y materias valiosas para los mercados de esa Europa que empezaba a abjurar de su cultura "inútil". Pues bien: en el hecho de conferir el mayor valor, aunque "sólo" sea espiritual, a los abalorios, hay algo profundamente revolucionario en la propuesta de Hesse. Pero, ¡atención! Revolucionario no es, en este contexto, sinónimo de nuevo; más bien es todo lo contrario. Lo revolucionario radica, en este caso, en la voluntad de preservar algo que la mayoría había decidido abandonar, algo que quizá ya había corrido ese mismo riesgo en otras épocas, pero que, cada vez, ha encontrado en la decisión de algunos el cauce por el que seguir fluyendo:
En cada movimiento del espíritu hacia la meta ideal de una Universitas Litterarum, en cada academia platónica, en cada asociación de una selección espiritual, en cada tentativa de reconciliación entre las ciencias exactas y las libres o entre ciencia y religión, existió como idea básica esta misma idea eterna que para nosotros ha tomado forma y figura con el Juego de Abalorios.
Perdonadme la arrogancia de afirmar que yo sustituiría "reconciliación" por "hermanamiento". Para que dos o más entidades de cualquier condición se reconcilien es preciso que antes se encuentren en abierta discordia; y entre quienes puedan aspirar a jugar un día a este Juego esa situación simplemente no puede darse: discordia entre ciencias exactas y humanidades o entrre ciencia y religión, en el sentido más prístino e ambos términos, no puede encontrarse más que en el ánimo de quienes nunca llegarán ser practicantes del Juego. Propongo "hermanamiento" porque considero que el auténtico problema de los jugadores de buena voluntad parte o bien de la deformación especializada impuesta por nuestra actual cultura, o bien de la dificultad de tener acceso al casi inabarcable panorama de todas las creaciones del espíritu, sean estas científicas o humanísticas, inabarcabilidad que comprensiblemente puede producir vértigo e incluso desánimo. Pero en el mero empeño de aprender ya está implícita una práctica del Juego de Abalorios.
El Juego surgió, según Hesse, como respuesta a la gran crisis de la cultura occidental puesta de manifiesto por las dos convulsiones que le fue dado vivir: las guerras mundiales. Hoy sabemos que, salvo en el aspecto bélico, nada ha cambiado en la espiritualidad de Europa salvo para ir a peor. La quiebra moral se vistió entonces de sangre y fuego; hoy lo hace de corrupción, cobardía y ausencia de justicia. Como entonces, necesitamos -lo necesitan incluso quienes lo ignoran o quienes, sabiéndolo, lo desprecian- que se cultive, con toda el alma, el Juego de Abalorios.