La dictadura de los expertos (I)
En mi afán por arrojar un poco de luz sobre zonas voluntariamente cubiertas de tinieblas, especialmente en el mundo de la medicina y su enseñanza, se me ha ocurrido esta vez recuperar algunas lecturas antiguas sin duda olvidadas por algunos y silenciadas por quienes tienen interés en que no vuelvan a ser materia de reflexión. En mi condición de profesor en una facultad de medicina, miembro durante un puñado de años de su Junta de facultad y a medias víctima, a medias cómplice de las políticas educativas contemporáneas, me siento obligado a ello. A lo largo de los últimos meses mis experiencias en dicho campo me han conducido a esa exhumación de textos que, perteneciendo a un pasado reciente, han desaparecido de nuestro horizonte hasta adquirir la condición de fósiles por descubrir cuando, por desgracia, describen nuestro presente con singular agudeza. Es curioso y triste a la vez ver, como pronto comprobará quien se decida a leer estas líneas, que sus autores llegaron a pensar que describían una situación que estaba a punto de cambiar para dar paso a una mejor. ¡Piadosa e ingenua creencia! Por el contrario, al menos en mi opinión, lo que denunciaban y suponían a punto de superarse es hoy aún más activo que cuando, allá por los años setenta, expusieron, clamando, por lo que se ve, en el desierto.
El libro del que entresacaré aquellos fragmentos que me parecen más relevantes es el titulado Disabling Professions (1977), publicado en español en 1981 con el título Profesiones inhabilitantes. Disponible actualmente en su edición inglesa, solo puede encontrarse en la española en alguna librería anticuaria. Antes de comenzar debo aclarar que mi selección de textos no implica una lectura unilateral de los mismos. La que propongo es a todas luces crítica con el estado actual de la cuestión, pero eso no significa que, por ejemplo, en nombre de la crítica de la expertise médica apoye, por ejemplo, al movimiento antivacuna o las llamadas por unos medicinas alternativas y por otros seudoterapias. Pretendo referirme exclusivamente a lo que enuncio en el título de esta entrada: el papel dictatorial que los expertos y sus comités desempeñan en la actual cultura académica; los temas, importantes sin duda, que desde esta perspectiva pueden considerarse colaterales serían objeto de otra discusión que desde este momento declaro abierta y a la que invito a quienes estén dispuestos a seguir leyendo.
La primera selección corresponde al capítulo introductorio de la mencionada obra colectiva, que lleva por título el del libro y cuyo autor es el antaño célebre y ahora bastante olvidado Iván Illich. Su arranque muestra ese optimismo injustificado que hace un momento señalé pero al menos consigue lo que pretende: ponernos en situación:
"Una forma de concluir una edad es darle un nombre que resulte pegadizo. Yo propongo que a los años centrales del siglo veinte los denominemos la Era de las Profesiones Inhabilitantes, una época en que la gente tenía "problemas", los expertos tenían "soluciones"y los científicos medían imponderables tales como "capacidades" y "necesidades". Esta época toca ahora a su fin".
Me permito subrayar, y que me perdonen los lectores que no lo necesitan, el sintagma "los científicos medían imponderables". Medir algo imponderable es a todas luces un oxímoron, cuando menos en un campo que previamente se ha etiquetado como científico; claro está que a esto se ha puesto remedio acreditando como tales algunos de los llamados "métodos cualitativos de investigación".
"Espero [que esta época sea recordada como la noche en que el padre se fue de juerga, dilapidó la fortuna familiar y obligó a los hijos a comenzar de nuevo. Desgraciadamente, y con mucha mayor probabilidad, será recordada como la era en que toda una generación persiguió frenéticamente una riqueza empobrecedora, haciendo así alienables todas las libertades, y después de transformar la política en los dominios organizados de los recipientes de bienestar, se extinguió en un benigno totalitarismo. Considero inevitable semejante caída en el tecnofascismo a menos que los principales ataques de la crítica social empiecen a cambiar de objetivo, dejando de favorecer un profesionalismo nuevo o radical y fomentando una actitud escéptica ante los expertos, especialmente cuando éstos se atreven a diagnosticar y a prescribir".
Esa capacidad socialmente reconocida de diagnóstico por definición certero y de prescripción en consecuencia es lo que confiere a los expertos un perfil que permite al autor equipararlos a otras estructuras de poder que rondan, cuando no caen de lleno, en lo dictatorial:
"Consideremos en primer lugar el hecho de que los cuerpos de especialistas que hoy dominan la creación, adjudicación y satisfacción de necesidades constituyen un nuevo tipo de cártel o agrupación de control. Están establecidos con más arraigo que una burocracia bizantina, son más internacionales que una Iglesia universal, más estables que un sindicato industrial de la misma rama y están dotados de competencias más amplias que las de cualquier chamán y de un poder sobre los que ellos dicen ser víctimas mayor que el de cualquier mafia".
Esto es así -prosigue- porque
"los profesionales declaran poseer un conocimiento secreto acerca de la naturaleza humana, conocimiento que solo ellos tienen el derecho de administrar. Se arrogan el monopolio sobre la definición de lo que se aparta de la norma y de los remedios que se necesitan para corregirlo".
Por razones obvias, explicitadas en la introducción a esta entrada, me interesa centrarme en la medicina, objeto del segundo capítulo del libro, que quedará para una próxima entrada; pero ya en éste Iván Illich emite su opinión sobre este campo:
"El médico (...) se convirtió en científico de la salud cuando (...) [obtuvo el] poder de dictar lo que constituye las necesidades sanitarias de la gente en general (...) Ya no es el profesional individual el que atribuye una "necesidad" al cliente individual, sino una entidad corporativa la que asigna a clases enteras de personas sus necesidades".
Lo que en el fondo está diciendo es que "el médico" se ha convertido en el rostro visible de algo más poderoso que él: la medicina. Una medicina entendida antes que nada como ciencia, y por tanto en algo que se legitima desde lo general, no desde lo particular. De nuevo, y para cerrar esta entrada, advierto que a mi modo de ver esto no carece de sentido y tiene una buena cantidad de efectos positivos; pero, en este como en otros casos, mi intención no es otra que señalar los "efectos secundarios" -en terminología farmacológica- o los "daños colaterales" -en el lenguaje bélico-.
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